El Horla | Relato de terror de Guy de Maupassant

El Horla, Maupassant, cuento

Adoro la casa donde he crecido. Desde mis ventanas veo el Sena que corre detrás del camino, a lo largo de mi jardín, casi dentro de mi casa, el grande y ancho Sena, cubierto de barcos, en el tramo entre Ruán y El Havre.

A lo lejos y a la izquierda, está Ruán, la vasta ciudad de techos azules, con sus numerosas y agudas torres góticas, delicadas o macizas, dominadas por la flecha de hierro de su catedral, y pobladas de campanas que tañen en el aire azul de las mañanas hermosas enviándome su suave y lejano murmullo de hierro, su canto de bronce que me llega con mayor o menor intensidad según que la brisa aumente o disminuya.

El hombre que contaba historias | Relato corto de Oscar Wilde

El hombre que contaba historias, Oscar Wilde, relato

Había una vez un hombre muy querido en su pueblo porque contaba historias. Todas las mañanas salía del pueblo y, cuando volvía por las noches, todos los trabajadores del pueblo, tras haber bregado todo el día, se reunían a su alrededor y le decían:

–Vamos, cuenta, ¿qué has visto hoy?

Él explicaba:

–He visto en el bosque a un fauno que tenía una flauta y que obligaba a danzar a un corro de silvanos.

Relato de Roald Dahl: El hombre del sur

Roald Dahl, cuento, el hombre del sur

Eran cerca de las seis. Fui al bar a pedir una cerveza y me tendí en una hamaca a tomar un poco el sol de la tarde.

Cuando me trajeron la cerveza, me dirigí a la piscina pasando por el jardín.

Era muy bonito, lleno de césped, flores y grandes palmeras repletas de cocos. El viento soplaba fuerte en la copa de las palmeras, y las palmas, al moverse, hacían un ruido parecido al fuego. Grandes racimos de cocos colgaban de las ramas.

El robo | Relato corto de Katherine Anne Porter

cuento de Katherine Anne Porter

Había tenido la intención de coger el tren elevado, así que buscó en su bolso para asegurarse de que llevaba el dinero y se alegró al encontrar cuarenta centavos en el monedero. Se disponía a pagar su propio billete, por más que Camilo acostumbrara, al verla subir las escaleras, echar una moneda en la máquina, antes de dar un pequeño empujón al molinete y hacerla pasar con una reverencia.