Alfonso Reyes (su segundo apellido era Ocha) fue uno de los escritores mexicanos más importantes del pasado siglo. Reconocido pensador y traductor, fue muy prolífico (escribió muchos libros) y versátil (se prodigó en géneros como la poesía, la crítica, el ensayo, el relato y textos híbridos), y nos dejó algunos textos narrativos muy breves que encajan muy bien en este blog.
Hemos seleccionado tres de esas historias cortas, que esperamos sean de vuestro agrado.
- La elegante pluma y el bolígrafo están fabricados en cromo pulido con aplicaciones chapadas en oro de 23...
- Los elegantes bolígrafos de la colección Bailey se adaptan cómodamente a la mano y combinan un aspecto...
- El diseño clásico está refinado por un anillo central con detalles grabados.
- La pluma está equipada con un plumín de acero inoxidable medio, incluye 2 cartuchos de tinta de color negro.
- El bolígrafo con mecanismo giratorio está equipado con una mina negra en medio
Suicidio (cuento filosófico de Alfonso Reyes)
—Hay muchos modos de suicidarse. El que yo propongo es el siguiente: suicídese usted mediante el único método del suicidio filosófico.
—¿Y es?
—Esperando que le llegue la muerte. Desinterésese un instante, olvídese de su persona, dese por muerto, considérense como cosa transitoria llamada necesariamente a extinguirse. En cuanto logre usted posesionarse de este estado de ánimo, todas las cosas que le afectan pasarán a la categoría de ilusiones intrascendentes, y usted deseará continuar sus experiencias de la vida por una mera curiosidad intelectual, seguro como está de que la liberación lo espera. Entonces, con gran sorpresa suya, comenzará usted a sentir que la vida le divierte en sí misma, fuera de usted y de sus intereses y sus exigencias personales. Y como habrá usted hecho en su interior tabla rasa, cuanto le acontezca le parecerá ganancia y un bien con el que usted ya no contaba. Al cabo de unos cuantos días el mundo le sonreirá de tal suerte que ya no deseará usted morir, y entonces su problema será el contrario.
(Relato publicado en la revista El Cuento, n.º 32, enero-mazo de 1996).
Venganza literaria (relato corto de Alfonso Reyes)
Los primeros objetos que descubrieron mis ojos —lámpara ingrata de las dos y media de la mañana, insomnio que sigue a la pesadilla, ganas de aullar, ganas de huir— fueron, olvidados sobre el sillonzote de la chimenea, el gorro de dormir y las antiparras del Maestro.
El Maestro se había pasado la noche diluyendo un granito de anís folklórico en cien calderos de agua tibia. El piso estaba encharcado de octosílabos. “Habrá que llamar al encerador”, reflexioné. Y me levanté de un salto, me vestí en un santiamén, y cátame en un dos por tres llamando a la puerta de la Academia: “¿Aquí limpian, fijan y dan esplendor?”
Tanto ejercicio de frases hechas me dejó como despernancado. El espíritu de asociación verbal me rechinaba en el cuerpo. Los cotarelos me hervían casi en la garganta. Y cruzó dentro de mí —¡qué bien lo recuerdo!— una de esas ideas sin pasaporte que de repente se nos cuelan por la conciencia: la convicción firme, la profética visión de que nunca se acabaría en México el Palacio Legislativo comenzado por el arquitecto Boiry, y que un día, entre silbidos de marina catástrofe, se hundiría en olas de cemento el Palacio de Bellas Artes. Ideas a deshora, pájaros que cruzan de ventana a ventana, sobre la espantada familia congregada en el comedor.
El instante era propicio. Se abrieron las ponderosas puertas. A los tres años, ya están nuestros muertos en su punto. Podemos pacer tranquilamente en los cementerios. La Academia estaba poblada de poetas cilindristas o cilindreros —reacción contra el cubo— y Modigliani y Picasso, colgados del techo, se balanceaban majestuosamente, como aquel caimán del patio de los Canónigos, Catedral de Sevilla.
Aquí salió cantando en falsete nuestro Apollinaire, que si no le daban caviar todas las noches, como a los viajeros mimados de la Holland-America Line, era capaz de hacer esto y lo otro. Yo, que sentía la necesidad de crear absurdos, lo alcancé por el cuello, lo enjerté en los poetas de campanario, y me puse a cosechar, en mi nuevo árbol evolutivo, primaveras almidonadas en faldas de percal y servilletas duras como cartones, del tiempo de don Simón.
Así, así me las pagarán todos esos del Ángelus, esos del Toque de Queda, esos de las muchachas de la retreta, esos de las virtudes aldeanas, esos del incienso de la parroquia, esos de las tardes de la granja, las veladas de la quinta y hasta don Catrín el Calavera: poetas pepitos, poetas rotos para decirlo a la mexicana. Traen raídos los traseros del alma y lo andan tapando como pueden, y dicen que es por meditabundos y por pasear manos a la espalda.
Y los dejé convertidos en papel de moscas, olor de sín-sín, aguaflorida barata, mucílago y panal de América en dulzor de pegajosas pepitorias. ¡Fuchi!
El veredicto (historia corta de Alfonso Reyes)
La mujer del fotógrafo era joven y muy bonita. Yo había ido en busca de mis fotos de pasaporte, pero ella no me lo quería creer.
—No, usted es el cobrador del alquiler, ¿verdad?
—No, señora, soy un cliente. Llame usted a su esposo y se convencerá.
—Mi esposo no está aquí. Estoy enteramente sola por toda la tarde. Usted viene por el alquiler, ¿verdad?
Su pregunta se volvía un poco angustiosa. Comprendí y comprendí su angustia: una vez dispuesta al sacrificio, prefería que todo sucediera con una persona presentable y afable.
—¿Verdad que usted es el cobrador?
—Sí —le dije resuelto a todo—, pero hablaremos hoy de otra cosa.
Me pareció lo más piadoso. Con todo, no quise dejarla engañada, y al despedirme, le dije:
—Mira, yo no soy el cobrador. Pero aquí está el precio de la renta, para que no tengas que sufrir en manos de la casualidad.
Se lo conté después a un amigo que me juzgó muy mal:
—¡Qué fraude! Vas a condenarte por eso.
Pero el Diablo, que nos oía, dijo:
—No, se salvará.
Alfonso Reyes Ochoa (1889-1959)
Aquí puedes leer otro relato corto de Alfonso Reyes: La elefanta