Azorín, breve y hondo (Juan Van-Halen)

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El político y escritor Juan Van-Halen, recogió en Geografía para vagabundos (Editorial Doncel, 1976) un puñado de artículos literarios que bien merece la pena ser leídos hoy.

Uno de ellos, titulado «Breve y hondo» (dos adjetivos que gustan mucho en SEÑOR BREVE), se lo dedica a su admirado Azorín (1983-1967), autor de libros como La voluntad o Madrid. (Enlaces a Amazon)

Y creemos que hoy es un día tan bueno como cualquier otro para recordar estas palabras de Juan Van-Halen sobre el insigne escritor de la generación del 98.

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BREVE Y HONDO

Escribió brevemente, murió brevemente. Dijo que la preocupación de su vida había sido la brevedad. Poco antes de morir se lamentaba de que el fin se hiciera esperar tanto. Breve y medido, como su estilo. Así fue siempre él.

Le recuerdo ahora como le conocí. Desde entonces acá no cambió mucho físicamente. Se fue consumiendo pero nada más. Fue en 1963. Unos cuantos amigos –ahora andan los otros escribiendo por ahí, que para ello nacieron– y yo, fundamos una revista universitaria: “Nuevo Surco”. Todavía andan los números por las revistas del Rastro. En “Poesía Española” se le dedicó un artículo hace poco. Eso es más de lo que esperábamos los que la hicimos, los que la sacamos a la calle número a número con esperanza y con ilusión. La revista aventó su primer número en mayo de 1963, a los veinte años justos de la aparición de “Juventud creadora”. Tenía pretensiones generacionales. Éramos clasicistas, pero queríamos un compromiso literario con el presente y con el futuro. Para aquel número pedimos el espaldarazo de un clásico: “Azorín”. Y otros de Cela, Pedro de Lorenzo, Zunzunegui, y al capitán de la vieja “Juventud Creadora”, José García Nieto. Entonces conocí al maestro de las letras españolas.

“Azorín” me recibió en su casa, debajo del magnífico lienzo de Zuloaga, en un sofá. Hablamos. Se interesaba por la juventud, y por el cine. Dijo que era amigo de los jóvenes con inquietudes literarias entre tantas inquietudes perniciosas como había entonces –¡qué dirías ahora, sabio, viejo maestro!–. Luego le envié una fotografía para que en ella me pusiera unas palabras con su letra nerviosa y puntiaguda. Más tarde, me acerqué de vez en cuando a su casa de la calle Zorrilla, a la mesa-camilla tan llena de historias y sugerencias. Hablando con él se conversaba con España, con todos los campos, con los hombres magníficos y callados.

En Argamasilla de Alba, en plena ruta del Quijote, volví a acordarme de “Azorín”. Le envié una tarjeta. Allí escribió mucho y formó tertulia en una rebotica. No sé si a ella asistiría el bachiller Sansón Carrasco, salido de rondón desde las páginas de su querido “Don Quijote”.

Ahora le recuerdo como le conocí. Sí, como le vi ofrecer a unos jóvenes su manantial de luz, su vara mágica. Enseñaba. Dijo hace poco que no se consideraba una autoridad literaria. Él que fue y es la literatura misma. Porque todo desde “Azorín” es azoriniano. Domó el caballo pura sangre de Las Letras, con la fusta impar de su pluma. Sacó la palabra de los pozos donde estaba, dio un nuevo sentimiento a las frases. ¿Y España…? España es “Azorín”. Cuando venía a este Valladolid, gran ciudad, desde esa gran ciudad primera que es Madrid, recorriendo los campos y caminos de Castilla; cuando leía a “Segovia, provincia de Ávila”; “a Madrigal de las Altas Torres”, pensaba en la prosa cortada y sobrecogedora del maestro. Mientras, le estaban enterrando, le daban tierra en una tarde abierta, casi con sol. Era en la Sacramental de San Isidro. Allí acompañé a Ramón en su último viaje a Madrid. Allí le esperaban Larra y tantos otros. ¡Cuánto le hubiera gustado pasear por allí!

Se abraza “Azorín” con su tierra, con la tierra de sus mejores páginas. Cuando firmé en los pliegos, cuando dejé la tarjeta, cuando le vi allí como dormido, sentí no poder quedarme a su entierro. Leo a Paco Martín Abril, y comprendo su emoción. Apenas si podía yo sacar sus libros del estante.

Breve, pero hondo, porque él desentrañaba misterios, y marca nortes nuevos, no quedándose sólo en el descubrimiento –importantísimo– de la forma. Brevedad, y profundidad. Así quiero leer su prosa hoy; así quiero apellidarla ahora que hemos perdido a ese hombre bueno que fue “Azorín”. No sé si España lo comprenderá del todo hoy, en este momento. Voy más allá de los homenajes oficiales, de las medallas, y de las coronas delante de su cuerpo apagado. No sé si España lo comprenderá. Decididamente, hondo, breve, acabamos de perder al mago que dio verdadero sentido a este magnífico oficio de poner palabras sobre el papel.

Juan Van-Halen

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