Atar las pasiones
Me acuerdo de aquella tarde en el Parque de Cánovas, cuando yo tenía seis años, en la que se me ocurrió birlar un caramelo en un quiosco mientras mis padres compraban una bolsa de pipas. Unos metros más adelante, llegando a la Cruz de los Caídos, decidí confesarles (con orgullo) el hurto. Mi padre, una persona muy recta (y a veces visceral), me llevó de la mano, muy enfadado por mis inclinaciones delictivas, hasta el hombre de las chucherías para que le devolviera el caramelo.