Esto lo escribí un día como hoy, en 2020, con el cáncer y la pandemia como protagonistas.
Ni siquiera recordaba haberlo escrito. Menos mal que está san Facebook para recordarme cosas, por ejemplo, que salgo de una batalla y me meto en otra.
La vida era esto, una batalla tras otra, pero bien podría haber sido algo más amigable…
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CUANDO TODO ESTO TERMINE
Recuerdo aquella última sesión, y los cinco o seis días posteriores que pasé en cama –como era habitual durante el tratamiento– vomitando.
También recuerdo que cuando por fin pude levantarme de la cama, sin rastro ya de la quimioterapia, toda la familia nos fuimos a merendar a una cafetería muy conocida que estaba próxima a la casa de mis padres. Esa cafetería a la que -cuando estaba sano- yo iba a tomar café y leer la prensa a diario.
Y recuerdo –por eso escribo esto– mi tristeza, mi profunda tristeza, mientras todos menos yo festejaban que el principio del fin había llegado. Faltaban diez sesiones de radioterapia, que se preveían “digeribles” después del maldito infierno en el que yo –y mi familia– habíamos malvivido durante meses.
Pero ese día, mientras mi familia hablaba, reía y comentaba, no era para mí momento de celebrar, sino de dejar salir la tristeza.
Esa tristeza, que se liberó cuando todo terminó, duró casi una semana. Durante ese tiempo no quería abandonar la habitación, no tenía hambre, ni ganas de leer, ni de salir a tomar algo con mis amigos. Sin que me lo hubiera propuesto –este final tan extraño me había pillado desprevenido incluso a mí–, me embargaba la legítima parálisis tras el fragor de la batalla, ahora que podía poner todas mis energías en algo que no fuera exclusivamente la propia supervivencia. Poner mis energías, por ejemplo, en permitir la entrada a la tristeza.
Pienso en todo esto cada mañana, cuando recupero la noción de que seguimos en batalla, mientras muchos caen para no levantarse nunca más. Y sé que no es ahora, que no es el momento, sé que habrá que esperar.
Pero, cuando todo esto termine, podremos reparar en los centenares de muertes diarias, en que hemos vivido confinados como presos, en que nuestros pobres niños –“vectores de contagio”– han subsistido entre cuatro paredes, en la falta de medios sanitarios y en que evitábamos acercarnos por la calle a cualquier otra persona por si cargaba el virus de la muerte y lo dejaba en nuestras espaldas.
Cuando todo esto termine será el momento de olvidar que podían detenerte por pasear a los niños, hacer footing o emprender una huida –en el sentido más literal de la palabra– a tu segunda vivienda. Será el momento de olvidar los ERTE, los despidos fulminantes, la incertidumbre, la sensación de impotencia y la certeza de que durante mucho tiempo fuimos derrotados. Será el momento de olvidar que muchos no han podido enterrar a sus familiares y, aún menos, asistirles en la hora de la muerte. Será el momento de olvidar que hemos luchado contra nuestro enemigo sin medicamentos específicos y sin vacunas, y que muchos sanitarios han dado su vida por salvar la nuestra.
Cuando todo esto termine será el momento de olvidar.
Cuando todo esto termine será el momento de meter aire en los pulmones.
Cuando todo esto termine será el momento, tras el fragor de la batalla, de abrirle la puerta a esa tristeza que llevamos dentro.
Francisco Rodríguez Criado, escritor y corrector de estilo
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