¿Qué libros debe publicar un editor?

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Si hay un tipo de libros que me fascinan son los escritos por editores. Cuando estos son buenos, sus memorias están cargadas de sabiduría y, por qué no decirlo, también de sano chismorreo.

Es lo que ocurre con este libro al que recurro de cuando en cuando, El autor y su editor, de Siegfried Unseld, que trabajó con autores como Bertolt Brecht, Hermann Hesse, Rainer Maria Rilke o Robert Walser

Siegfried Unseld, tal como reza la contraportada del libro, “recrea los apasionantes contactos personales que se establecen en torno al mundo del libro, así como el conflicto constante entre el éxito material de la empresa y el respeto hacia los ideales intelectuales de los autores”.

Unseld fue director de la editorial Suhrkamp desde 1959, y es considerado uno de los editores europeos más importantes del pasado siglo. 

Como muestra de lo que podemos leer en El autor y su editor, transcribo un pasaje que creo será de vuestro interés, en el que diserta sobre cuáles son los libros que quisiera publicar un editor. 

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¿Qué libros quisiera publicar el editor?

Siegfried Unseld

La pregunta que más a menudo se formula a un editor se refiere a los criterios seguidos en la elección de los libros. En un principio, yo respondí que deseaba hacer libros que alegraran la vida a los lectores. Luego precisé que deseaba publicar los libros que mi empresa pudiera respaldar y que estuvieran en la línea de la misma como un todo, incluidos sus colaboradores y autores. Yo quiero hacer libros que tengan consecuencias, y siempre recuerdo una frase de Kafka: “Un libro ha de ser un hacha para romper el mar helado dentro de nosotros”. O como escribió Marcel Proust al final de la Recherche: “Mais pour en revenir à moi-meme, je pensais plus modestement à mon livre, et ce serait meme exact que de dire en pensant à  ceux qui le liraient, à mes lecteurs. Car ils ne seraient pas, selon moi, mes lecteurs. Car ils ne serient pas, selon moi, mes lecteurs, mais le propes lecteurs d´eux-memes, mon livre n`étant qu´une sorte de ces verres grossissants comme ceux, que tendait à un acheteur l`opticien de Combray; mon livre, grâce auquel le leur fournirais le moyen de lire en euxmêmes”. Estos son los libros que un editor desea publicar. Sus criterios son la necesidad y la calidad; ambas han de ser calibradas en cada manuscrito. El editor desea ofrecer literatura que penetre en nuestra conciencia y la transforme, que fortalezca precisamente por ser inquietante. 

La literatura es siempre lo que los escritores hacen de ella. El editor sigue en su trabajo el devenir interior de sus autores. Ya constatamos que a las épocas literariamente ricas pueden sucederles otras épocas pobres. También puede ocurrir que un ámbito lingüístico ceda la dirección y la importancia a otro. En el siglo XVIII y a comienzos del XIX llevaba la voz cantante la literatura alemana, luego vinieron los grandes rusos, y después, a principios de nuestro siglo, los americanos, los irlandeses, los franceses. En el concierto literario europeo de hoy la voz alemana está presente indudablemente, y en el ámbito lingüístico alemán los autores suizos y los austríacos juegan un papel cada vez más destacado. Hoy vemos que la literatura en lengua alemana estaba en crisis a comienzos de los años setenta y que la crisis no se limitaba al espacio lingüístico alemán. A muchos literatos les costaba escribir. Algunos de los mejores estuvieron callados durante mucho tiempo. El viejo problema de cómo hacer coincidir la idea de realidad con la realidad misma se complicó. La idea de socialismo que tienen algunos escritores contemporáneos choca a menudo con la realidad socialista que vemos. Durante un tiempo, incluso se creyó erróneamente que la literatura tenía que proponer y propagar recetas concretas para la praxia cotidiana. A esto se añadió la dificultad que supone la comunicación cada vez más rápida a escala mundial. Nuestra conciencia tiene dificultades para seguir y resistir a las constantes noticias e informaciones producidas por la velocidad de la computadora, los satélites y nuestro desarrollo tecnológico. 

En su Versush, die Welt besser zubestehen [Intento de sobrevivir mejor en el mundo], Alexander Mistscherlich llega a la conclusión de que, frente a un mundo cada vez más dirigido y administrado por las computadoras, hay que exigir un robustecimiento de las “energías del yo”, un fortalecimiento de los derechos humanos fundamentales. La frase de Max Frisch del año 1945 –”Lo importante es el hombre… el diluvio puede fabricarse”– vuelve a tener actualidad. Durante muchos siglos el hombre se esforzó por perfeccionarse; nuestra época prevé el perfeccionamiento de las cosas, de los objetos cotidianos dirigidos por computadora –desde el banco de datos hasta el viaje espacial–. Erhart Kástner habló de la “rebelión de los objetos”. Podemos pensar, dice Alexander Mitscherlich, “que la responsabilidad de una vida aceptable para el ser humano residirá en el grupo de sepa despertar, junto a la pasión por el perfeccionamiento de los objetos, la pasión por el autoconocimiento”. Estoy convencido de que este proceso autocognoscitivo puede realizar a través de la literatura. 

Repito que la literatura es siempre lo que los escritores hacen de ella. A veces prejuzgamos la literatura de nuestro tiempo. Hay que evitar pronósticos. Seguramente se acentuará la tendencia hacia una mayor democratización de la literatura –de una que sea racionalista, de expresión comprensible, que muestre a los hombres en el contexto y bajo la influencia de las condiciones sociales dadas–. Tendremos también la literatura que se preocupa por un trato intenso e íntimo con el lenguaje, consciente de que los cambios en los contenidos sólo pueden ser expresados adecuadamente por formas lingüísticas transformadas. Y vislumbro con claridad la que da renovada importancia al juego y a la fantasía saturada de experiencia. Esta literatura no contiene un mensaje directo, su lectura es una llamada a la libertad del lector, para que ponga en marcha su propia fantasía. Peter Handke espera de una obra literaria novedad, “algo que le haga tomar conciencia de una posibilidad de realidad imaginada, pero aún no racionalizada, una nueva posibilidad de ver, hablar, pensar y existir”. En su ensayo Die Literatur ist romantisch dice: “El escritor que se compromete se ocupa del orden que debe ser, no de una manera lúdica, sino finalista… No existe la literatura comprometida, el concepto es una contradicción en sí mismo. Existen personas comprometidas, pero no escritores comprometidos… El compromiso tiene como fin la transformación de la realidad social; darle una finalidad a la literatura, sin embargo, sería un disparate. La literatura no es seria, ni directa, es decir, no tiene objeto, sino forma, y como tal, no está dirigida a nada concreto, quizá sólo sea un juego serio”. 

En este proceso, en la predisposición a la fantasía y el juego siempre habrá una posibilidad nueva de literatura, de poesía, de drama y desde luego de la vieja forma novelesca y narrativa. 

Trascender la realidad a través de la fantasía libre y el juego serio me parece una de las posibilidades importantes de la literatura. Trascender era una de las máximas del viejo Brecht, que postulaba: “El verdadero progreso no consiste en haber progresado, sino en progresar y trascender, y no en la trascendencia”. 

Una de las frases predilectas de Josef Knecht, el personaje de El juego de abalorios de Hermann Hesse, dice: “Mi vida ha de ser un trascender, un progresar de peldaño en peldaño”. Este acento sobre el proceso de progresar, sobre la fantasía y la capacidad lúdica, no me parece un signo casual ni reaccionario, sino más bien signo objetivo de las posibilidades futuras de la literatura. No hace mucho se declaraba muerta a la literatura, no sólo a la burguesa, sino a toda. Ni siquiera se salvaban Kafka ni Beckett, cuya obra reflejaba –según se decía– la mutilación y la capitulación entre los poderes alienantes de la sociedad. Yo lo veo de otra manera: al expresarse esa alienación en la literatura, se vuelve consciente, y éste me parece el primer paso para evitarla. Los que exigen exclusivamente textos de relevancia política y social y ven al escritor sólo como “agente de las masas” conceden a la literatura una función de sustitución, y tendrían que asombrarse ante el hecho de que el hermano de Lenin, al ir al patíbulo, llevara los poemas de Heinrich Heine en el bolsillo. También les asombraría esta frase del diario de Brecht: “Cuando un ser pierde el sentido de la literatura, está perdido”. Quien renuncia ahora a disfrutar de la belleza y de la alegría, es decir, a la realización de sus deseos libidinosos, quien pretende aplazar la fantasía y el juego para una futura sociedad sin clases, no hace más que impedir ese proceso. Sin embargo, no debemos ensañarnos con estos críticos empeñados en la “relevancia social”, ni con los predicadores, bien conocidos, que anuncian la muerte de la literatura. También ellos han contribuido a aclarar las cosas: la sociología vuelve a hacer hoy viable la ficción otra vez. La literatura dispuesta al juego y a la fantasía significaría una potencialización del hombre, es una literatura que partiendo de lo real se abre a lo posible. Así lo comprendió Theodor W. Adorno es su Teoría estética póstuma: “La fantasía es también, esencialmente, la capacidad ilimitada de decisión sobre las posibilidades de solución que cristalizan en una obra de arte… únicamente a través del ser el arte trasciende al no-ser”. 

Editar este tipo de literatura me parece un objetivo encomiable. También yo deseo hacer mi trabajo sin una ideología directa, de cuestionario, sin la tendencia germánica al extremo y al exceso, con valentía para el compromiso, con fantasía viable y, siempre que sea posible, “jugando seriamente”. Estoy firmemente convencido de que el libro –el tipo de libro exigido por esta sociedad nuestra de creciente tiempo libre, por un lado, y por un firme propósito de independencia intelectual individual, por otro– conservará su posición. El mercado, tanto el del comercio como el de los medios de comunicación, es cada vez más económico y, consecuentemente, aumentan las posibilidades de obtener los resultados esenciales y de calidad. En su proceso de producción, el libro se transforma gracias a la influencia de tecnologías nuevas, imponentes y revolucionarias, pero que también nos ayudarán a crear lo útil y lo bello. Sabemos que en nuestro tiempo escribir es cada vez más difícil, por muchas razones demostrables. A través del yo individual, escribe Max Frisch, se manifiesta la vida humana. Ese individuo que hoy intenta liberarse de estructuras autoritarias, que se atreve a ser él mismo, a ser diferente, a emprender caminos propios en el pensamiento y la acción, senderos que conducen de un yo fuerte a un tú fraternal, de un individuo seguro a una sociedad más justa –¿y acaso ese ser no constituye un nuevo reto para la literatura y para el que la hace?–. Sabemos que hoy son más difíciles el conocimiento y las ideas, porque nuestra cada vez más compleja sociedad también resulta más difícil formar identidades sensatas. Esta dificultad ¿acaso no es un reto para la ciencia y para el que la piensa?

La literatura es siempre lo que los escritores hacen de ella. Las tareas del editor pueden haber cambiado ligeramente en los detalles del proceso de comunicación, pero en el fondo siguen siendo las mismas: estar preparado para recibir al autor, para aceptar la novedad que comporta su obra y contribuir a su difusión. 

Siegfried Unseld, El autor y su editor, Taurus, 1985, pp. 43-47.

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