Licenciado en Pedagogía y Periodismo, Jorge Casesmeiro Roger (Madrid, 1974) es historiador de la cultura, columnista del diario digital El Imparcial, colaborador del programa radiofónico PONIENDO LAS CALLES” (COPE) y coordinador de la Fundación Civilización Hispánica.
Como escritor, ha publicado los libros Razón en vena. Conversaciones con Agapito Maestre (2020) y Jugando entre cultura (2014), a los que ahora se suma El túnel de Hitler, que acaba de ver la luz en la colección La Antorcha, de Unión Editorial.
Es precisamente esta última publicación la excusa para conversar con él. En estas líneas nos centramos en el libro, claro, pero también en un personaje histórico harto conocido que da sentido a esta obra: Adolf Hitler.
- Casesmeiro Roger, Jorge (Autor)
Francisco Rodríguez Criado: Lo primero que me ha llamado la atención de este libro es su brevedad: apenas llega a las noventa páginas. Y digo que me ha resultado extrañamente breve porque hay una suerte de código no escrito por el cual todo lo que concierne a épocas importantes de nuestra historia (y el nazismo lo es) tiene que originar ineludiblemente libros muy voluminosos.
Pero, en realidad, conforme leía la narración, caí pronto en la cuenta de que El túnel de Hitler no es un libro sobre el nazismo, ni siquiera sobre Hitler, sino que es más bien sobre Adolf, pues retrata la vida del futuro dictador cuando no era más que un aspirante a pintor, un joven anónimo, poco sociable y sin capacidad de empatía, que vivía de alquiler en una pensión y se ganaba la vida a duras penas vendiendo sus dibujos en acuarela. No era el Hitler que doblegaría al mundo durante algunos años, pero sí era ya el Adolf que iba gestando en su interior una indomable ansia de venganza: contra los judíos, contra los rivales políticos, contra la Europa del Tratado de Versalles… ¿Cómo surgió este libro? ¿No tuvo usted la tentación, sobre la marcha, de escribir una obra más extensa?
Jorge Casesmeiro Roger: La idea surge cuando confirmo que Hitler leyó El túnel de Kellermann, novela que le impactó profundamente. Esa relación estaba desatendida y resulta que la primera traducción de El túnel fue la española. Entonces compré una vieja reimpresión de 1918, y enseguida comprendí la conmoción que debió provocar ese libro en el joven Hitler. A partir de ahí la historia se me apareció como una pequeña colección de estampas. La idea de narrar, en una suerte de acuarelas literarias, los quince meses que Hitler pasó en Múnich. Pero siempre acompañado por la lectura de El túnel, trasunto simbólico de su evolución personal.
En El túnel de Hitler se narra la fascinación del joven Hitler por un libro que tuvo muchísimo éxito a nivel mundial, El túnel, de Bernhard Kellermann, publicado en 1913. La novela de Kellermann narra el proyecto pretencioso de un ingeniero que aspira a construir un túnel transatlántico entre Europa y América. ¿Qué fue lo que tanto admiró el Hitler de veinticuatro años de esa novela? ¿Y qué tal ha envejecido esta obra, en términos literarios, más de un siglo después de que fuera publicada por primera vez?
La lectura que hizo el joven Hitler de El túnel es como un viaje subterráneo que anticipa su destino. ¿Qué vio Hitler en esa novela? La enormidad del desafío. La lucha de un hombre, el ingeniero Allan, por lograr lo imposible. Una obra que cambiará el mundo. Y para lograrlo, Allan tiene en grado supremo algo más que conocimientos técnicos: una voluntad fija y una personalidad arrolladora. Allan es la encarnación del arte demagogia: la capacidad de movilizar al hombre-masa hacia la meta que él imponga, sea cual fuere el sacrificio.
La novela de Kellermann sigue siendo portentosa. La trama es trepidante, la ambientación sobrecogedora y los personajes cuajados, convincentes. No me extraña que se hicieran cuatro adaptaciones cinematográficas. Kellermann adelantó su pluma a la era audiovisual. Son quinientas páginas apasionantes.
El túnel de Hitler incluye una Adenda en la que se recogen los numerosos “préstamos tomados para la composición de este relato. Se trata, sobre todo, de fragmentos literales y adaptados de la novela de Kellermann, que he insertado ocultando las costuras pero dejando sugerido el trampantojo”. Y a continuación se incluyen las referencias, capítulo a capítulo, de los textos que han alimentado esta narración.
¿Sería correcta, pues, la definición de El túnel de Hitler como una novela non fiction?
Tan correcta como llamarla novela histórica o nivola intrahistórica, por jugar con Unamuno. Mire, hay una reflexión magnífica de un gran escritor español sobre esa tensión que plantea. Aquilino Duque dice: La relación del género narrativo con la realidad siempre es compleja. El novelista busca lo verdadero por debajo o por encima de lo real, y cuando acierta encuentra lo verosímil. Este juicio refleja con exactitud cómo veo yo El túnel de Hitler. Y me gusta pensar, como diría Duque, que en mi novela hay algo de realidad, mucho de verosimilitud y nada que no sea verdad.

Usted es historiador de la cultura. Aprovecho la ocasión de entrevistar a alguien de estas características para preguntarle cómo es posible que los jerarcas nazis, por lo general personas de gran cultura y de gustos musicales exquisitos, fueran a la vez unos seres abominables que asesinaron a millones de personas. ¿No cree que esta paradoja anula, o al menos daña, la afirmación de que la cultura nos hace mejores personas?
Sería hermoso que una mayor erudición nos hiciera mejores, más buenos. Y una ilustración orientada al bien puede cultivar una mejor personalidad. Pero es ya un dictado antiguo que la ciencia, por sí misma, no trae necesariamente una brújula moral. A la ciencia lo que es de la ciencia, como decía el humanista uruguayo José Enrique Rodó, y a la voluntad inspirada lo que pertenece a las inspiraciones de la voluntad.
Se ha dicho hasta la saciedad (también en su relato) que Hitler era un lector empedernido, y en más de una ocasión hemos visto en la prensa listados con algunos de los títulos de su biblioteca. Nadie duda de que fue un hombre con hambre de lecturas, ¿pero qué cree usted que buscaba en los libros? ¿Era un buen lector de literatura, de inquietudes varias, o le ocurría como con la lectura de El túnel, de Kellermann, que se adentra con pasión en las páginas de los libros solo para refrendar sus aires de grandeza?
El ethos lector de Hitler lo cuenta él mismo en un fragmento muy conocido de Mi lucha. Tomar ese fragmento y compartirlo sin revelar el nombre de su autor es un ejercicio muy interesante. Por otro lado, creo que entre El túnel de Kellermann y el joven Hitler sucedió lo que todo letraherido ansía de un libro: una sinergia, un aldabonazo, un despertar.
En la introducción de esta entrevista he sugerido que Hitler es “un personaje harto conocido”. Pero le pregunto a usted, que lo ha estudiado a fondo: ¿Conocemos bien a Hitler?
De Hitler se conoce hasta cómo estornudaba. Pero siempre quedan documentos por descubrir y detalles en los márgenes que pueden resultar estimulantes. La asociación entre El túnel de Kellermann y la evolución de Hitler ofrece esto mismo: otro ángulo de aproximación. Pero vamos, yo más que estudiarlo a fondo digamos que lo he fondeado.
Al leer El túnel de Hitler, o cualquiera de los libros escritos por sus biógrafos (Kershaw, Fest…), nadie en su sano juicio hubiera dicho, de haberlo conocido en persona, que ese aspirante a pintor al que no aceptaron en la Academia de Bellas Artes, ni tampoco en el servicio militar (por débil e inhábil para el manejo de las armas), ese muchacho que sobrevivía en cierta manera gracias a la herencia de su difunta madre, acabaría siendo durante varios años el hombre más poderoso de Europa. Perdón por la autocita: yo mismo escribí, en 2010, un microrrelato sobre esa asunto (“Breve biografía de un bigote”), fascinado por el talento con que la –habitualmente– caótica vida real había pergeñado una historia tan impactante y bien articulada.
¿Cuáles son las causas de esa metamorfosis que convirtieron a un donnadie como el joven Adolf en un dictador megalómano? ¿Cómo se explica que un incendiario discurseador político de cervecería acabara por hacer de todo un continente un campo de minas?
Yo encuadro a Hitler en sus coordenadas, en su circunstancia. Sus biografías, hasta la más psicologista, te adentran en un espacio-tiempo que se descubre como el genuino detonante de su emergencia. Hitler tenía, indudablemente, algunas singularidades notables. Pero también fue, como dirían en inglés: the man on the spot. Su microrrelato del bigote, por cierto, es bellísimo.
El historiador John Lukacs afirmó que “Adolf Hitler fue el personaje más extraordinario de la historia del siglo XX”. ¿Está usted de acuerdo?
El filósofo alemán Peter Sloterdijk respondería a eso diciendo que lo extraordinario de Hitler radicaba precisamente en su ordinariez. Lo cual, en términos orteguianos, no es un mero juego de palabras. El hombre-masa se busca a sí mismo en su líder. Mastín y rebaño quizá tengan en común más de lo que parece.
¿Qué opina de que Mein Kampf (traducido al castellano como Mi lucha), el libro en el que Hitler desgranaba su ideario político, esté prohibido en Alemania?
Yo he utilizado ese libro para hacer el mío. Y entiendo que cualquier intelectual alemán interesado en enjuiciar la figura o ideología de Hitler lo habrá consultado.
Usted ha descrito a José Ortega y Gasset como “el gran educador político del pueblo español”. ¿Qué cree que diría Ortega sobre la España de hoy?
Que somos la invertebrada prueba de su fracaso.
Y, ya para terminar, ¿podría recomendarle un libro a los lectores de SEÑOR BREVE?
Respuesta: Mano en candela, de Aquilino Duque. Una narración memorialística genial, por la que desfilan grandes nombres y vivencias de la generación literaria española de los años 50.
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