Estoy escribiendo una novela. Será una novela corta (llevo 22 páginas por ahora) y tengo la historia medio dibujada en la cabeza. Algo relativamente sencillo de escribir y, más aún, de leer. Parece cosa hecha, y, sin embargo, al contrario de lo que me preocupaba en ocasiones similares, la gran duda ahora es: ¿Seré capaz de concluirla?
Numerosos proyectos online, trabajo, crianza de los niños, obligaciones cotidianas interminables… Cuando mi mayor objetivo (al margen de estas obligaciones) debería ser dormir un mínimo razonable de horas al día (tengo sueño atrasado desde hace siete años), me ha dado por tentar a las musas…
Bien mirado, he elegido el peor momento de mi vida para sentarme a escribir una novela, justo en el fragor de la batalla, cuando las líneas enemigas avanzan sin descanso y lo único prudente sería huir.
En un alarde de masoquismo, yo diría que me he puesto a escribir no CUANDO más complicado lo tengo, sino precisamente PORQUE es ahora cuando más complicado lo tengo.
Se llama “tozudez”, “mala planificación” o directamente “estulticia”. Pero ahí estoy, como ese alpinista que lleva unos años en el dique seco y se dispone a subir un ochomil justo cuando acaban de escayolarle una pierna.
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