Pedro Juan Gutiérrez es el máximo representante del realismo sucio cubano. Se hizo famoso, sobre todo, gracias a la publicación de Trilogía sucia de la Habana , libro prohibido en Cuba, su país natal, si bien se leía y se lee gracias a que la obra va pasando de mano en mano, sea en copias piratas o en libros editados en el extranjero.
En El corazón mestizo. Diario de Cuba, Pedro Juan abandona momentáneamente La Habana para desplazarse por toda la isla, visitando a amigos y conocidos y disfrutando de las bondades de un lugar precioso. En el libro mezcla la narración viajera con reminiscencias históricas y literarias, bien citando a otros autores o bien de su propia cosecha.
He seleccionado un pasaje en el que el autor cubano escribe sobre Ernest Hemingway, que pasó bastantes años en la isla, donde se inspiró y escribió El viejo y el mar, novela con la que ganó el Premio Pulitzer en 1953 y que le allanó el camino para el Nobel, concedido un año después.
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Ernest Hemingway, visto por Pedro Juan Gutiérrez
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«En La Terraza se puede comer y beber en silencio, en un ambiente de los años cuarenta tan perfecto, que me pareció que en cualquier momento aparecería Hemingway con sus amigotes: Spencer Tracy, Ava Gardner, Humphrey Bogart y todos los demás. A unos pasos de aquí, en un muellecito que ya no existe, Hemingway amarraba su yate Pilar y venía algunas tardes a navegar un rato y distenderse. Él era de esos escritores que escriben más con el corazón que con el cerebro. Y eso agota hasta extremos inimaginables.
En realidad, Hemingway tenía una gran residencia en San Francisco de Paula, un pueblecitio al sur de La Habana. En una colina, desde donde se ve toda La Habana, compró Finca Vigía, con terrenos amplios alrededor y árboles de mangos y aguacates, además de la casa y la piscina.
Vivió allí a partir de 1939, durante veinte años, y escribió muchas de sus obras, sobre todo las novelas. La casa se conserva muy bien y no parece un museo. Con todos sus libros, ropas, zapatos. Uno puede mirar por las ventanas y curiosear en la intimidad del escritor. Eso es lo que nos gusta a todos: meternos en las vidas ajenas; saber qué hacen los demás; cómo se visten; cómo gastan su dinero; cómo se comportan cuando están solos; de qué hablan; qué, cómo y cuánto beben; cuáles son sus ideas políticas, filosóficas y morales, sus gustos sexuales.
Por eso, los servicios secretos de la policía, los escritores, los periodistas, los sociólogos y los antropólogos nos parecemos tanto. Por ejemplo, el FBI chequeaba escrupulosamente a Hemingway. Y a muchos más. Bueno, pues eso mismo me gusta hacer a mí. Voy a Finca Vigía y me pongo a curiosear y a sacar conclusiones, de acuerdo con los indicios que dejó. Los libros que leía, las revistas, el tipo de ropa que usaba, las esposas que tuvo. (Jamás se le conoció romances con cubanas, ¡parece que no le gustaban las mulatas!
En fin, mister Hemingway hizo lo mismo que todos sus colegas en los años veinte, treinta y después. Paul Bowles y Jane se fueron a Marruecos; Gertrude Stein y sus amigos, a París; Truman Capote se iba a buscar bellísimos efebos al sur de Italia; Elizabeth Bishop, a Ouro Preto, Brasil. Y así. Todos viajaban. Al parecer tenían alergia a su lugar de origen. Hemingway buscó una islita tropical donde nadie lo conociera y donde lo dejaran tranquilo. Creo que no le interesaba nada de Cuba, como es lógico. Habría vivido igual en México, Jamaica o en las Bahamas o las Bermudas. Necesitaba un lugar alejado, económico, tranquilo. Y vino para La Habana. Veinte años. Se fue en 1959. En 1961, ya muy alterado, le dieron un diagnóstico equivocado de cáncer. Su espíritu agotado y atormentado no soportó la noticia. Ya estaba muy vulnerable emocionalmente, y se metió un balazo en el cerebro. Después de cazar y pescar tanto, matar sin necesidad, el último plomo fue para él.

Por supuesto, en Finca Vigía nunca tuvo excesiva tranquilidad. Entre las peleas matrimoniales y las visitas, más las borracheras, se entretenía mucho. Al parecer, trabajaba disciplinadamente por las mañanas, nadaba un rato en la piscina al mediodía, almorzaba, y por las tardes se iba al Floridita o a La Bodeguita del Medio, a beber. Muchas veces estaba de mal humor. Un escritor cubano, muy conocido y reconocido hoy en día, en esa época era un joven impetuoso. En cierta ocasión se le acercó —efusivo— mientras bebía recostado a la barra del Floridita:
—¡Ohh, maestroooo!
Hemingway dejó que se le acercara y le metió un puñetazo por la cara. Lo dejó knock out sobre el piso del bar.
Ava Gardner nadaba desnuda en su piscina de Finca Vigía. Decía que había mucho calor y le molestaba el traje de baño.
Pero la mayoría de las tardes, Hemingway prefería el silencio de Cojímar. Tomar algo en este bar, La Terraza, o navegar hasta que fuera de noche. Aquí, en este pueblo, se enteró de la gran ambición de todos los pescadores del lugar: capturar algún día un pez, un gran blue marlin, una gran aguja, que pudieran vender y tener dinero suficiente para unos cuantos días. Todos eran muy pobres y vivían al día, literalmente.
De ese modo, Hemingway estuvo unos doce años tramando en su mente la noveleta, hasta que se decidió: El viejo y el mar. Creo que es una estupenda historia, con el argumento más simple posible: perseguir toda la vida un sueño y, cuando al fin se consigue, se destruye velozmente por algo absolutamente imprevisto, y todo sigue igual.
Hemingway obtuvo el premio Nobel en 1952. Se hizo mucho más famoso. Lo reconocían en todos los aeropuertos, bares, restaurantes. En todas partes. Su vida se hizo insoportable bajo esa presión. Al parecer, se puso un poco neurótico y se escondía. Le molestaba la gente que lo asediaba estúpidamente. El final ya lo sabemos.
En fin, termino mi cerveza. Y regreso a casita».
Pedro Juan Gutiérrez. Corazón mestizo.
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