La sinopsis de la novela La isla de Alice, de David Sánchez Arévalo, Finalista del Premio Planeta 2015, no parece dejar lugar a dudas: estamos ante una novela de suspense. Chris, un empresario dedicado al mundo del tenis, fallece en un accidente automovilístico de regreso a casa. El drama viene envuelto en una duda corrosiva: el accidente tiene lugar en una carretera en la que él no debería estar en ese instante.
Alice, su mujer, se ve obligada a sofocar ambos frentes: sobrellevar el duelo, y tratar de esclarecer por qué él la había mentido, con la circunstancia agravante de que, poco antes de morir, él le dijo que se encontraba en otro lugar lejano.
La esposa, toda determinación y, por qué no decirlo, compulsión, ha de sortear numerosos obstáculos en su camino a la verdad, con la complicación añadida de que está embarazada y tiene una niña pequeña de seis años que, aunque muy inteligente, presenta un trastorno obsesivo-compulsivo.
¿Pero es La isla de Alice ciertamente una novela de misterio? Sí y no. Sea porque así la concibió inicialmente su autor, sea porque al final la propia novela le apartó ligeramente del objetivo y lo condujo por territorios más domésticos, lo cierto es que el libro puede entenderse no tanto como la resolución de un misterio, sino como la narración del día a día de una mujer mientras trata de solventar un misterio.
La novela, muy extensa (casi 700 páginas), ambientada en su inmensa totalidad en una isla, adolece en mi opinión de cierto impasse no justificado en el que numerosos personajes, cada cual con su circunstancia, interaccionan entre ellos, estrechamente vigilados –nunca mejor dicho– por Alice. Esta ha de socializar con ellos y establecer relaciones humanas de –cabe pensar– sincera amistad al tiempo que los usa para su investigación, convencida como está de que alguno de ellos podría haber mantenido una relación secreta –sentimental o de cualquier otro tipo– con su marido, quien al parecer viajaba con frecuencia a una isla –donde ahora se ha afincado Alice y sus hijas– de la que jamás había hablado con ella ni con nadie.
En cierto modo, la novela queda algo tocada por los “demasiados”. Demasiados personajes, demasiadas relaciones interpersonales de dichos personajes, demasiados rodeos, demasiados sospechosos (hasta veinte). Intuyo que el autor dilató hasta ese extremo la narración pensando que podría servirle como germen de una futura miniserie de misterio. (No por casualidad, mientras redacto estas líneas, se emite en Netflix la serie Las de la última fila, con dirección y producción del propio Daniel Sánchez Arévalo).
Dicho esto, pese a que yo hubiera deseado mayor síntesis, La isla de Alice es una novela gozosa que hace más humana la novela de misterio, se lee con mucho interés, es muy amena y está bien hilada. Y, no lo olvidemos, nos ofrece un personaje principal muy carismático: una viuda coraje metida a investigadora, capaz de sobrepasar ciertas líneas rojas con tal de solventar el enigma que no la deja vivir. Un misterio del que, en cierto modo, pende la calificación (héroe o villano) del que hasta ahora ha sido el hombre de sus sueños, un marido amable, divertido y cariñoso que, a saber por qué, tenía un lado oscuro que nadie, o casi nadie, conocía…
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