Salir a la calle con señor Mario se ha convertido últimamente en un problema. No hay un solo día en que no me pida que le compre un paquete de cromos del Mundial de Fútbol de Catar. No es que sean muy caros (1 euro cada paquete, cinco cromos), pero no deja de ser un gastro extra (¡uno más!). Y este, además, parece un saco sin fondo.
Me he prometido comprarle los cromos con moderación, solo de vez en cuando, pero al niño le hace tanta ilusión, que siempre sucumbo.
Señor Mario no para de hablar de los cromos: de los que tienen sus compañeros, de los que le faltan a él, de los que le gustaría conseguir. No es que sea un fan de este deporte (no dura más de cinco minutos viendo un partido en la televisión); no, de lo que es fan es de los cromos de fútbol.
Así que mientras caminamos por la calle, Chico no para de preguntar adónde vamos, o cuándo iremos a la casita blanca (se refiere a mi casa de Cáceres, que tiene el suelo de parqué blanco), mientras señor Mario no para de hablar de Messi, de El Bicho [Cristiano Ronaldo], de Benzema, de Vinicius, de Neymar (quien, por cierto, se lesionó hace un par de días)…
Pillado entre dos frentes, mi cabeza está a punto de estallar.
–Seguro que si hoy me compras un paquete, me sale Messi. Seguro. Aunque me han dicho en el cole que para que te salga Messi tienes que comprar tres paquetes de cromos. Los tres a la vez.
Señor Mario y sus teorías. O las de sus amigos.
El pobre niño no tiene suerte. Bueno, sí, tiene a Neymar y a Benzema, pero se le resisten Mbappé, El Bicho y Messi, de quienes habla como si fueran conocidos de toda la vida. Como si fueran esos compañeritos con los que habla de los cromos de Mbappé, El Bicho y Messi…
De regreso a casa, señor Mario quiere conocer mis preferencias.
–¿Con quién te gustaría jugar? ¿Con Messi o con Cristiano?
¿Jugar? A mi edad tengo suficiente con poder levantarme de la cama cada mañana.
–Pues no sé. Los dos son muy buenos.
–Pero elige uno –me urge.
–Me quedo con Cristiano, que jugó en el Real Madrid.
–¡Pero Messi es muy majo! –dice en una suerte de queja.
“¿¡Majo!?”. Como buen madridista no puedo olvidar los 26 goles que nos metió cuando vestía la camiseta del Barça. ¡A mí no me parece que sea nada majo!
–Me quedo con Cristiano, que vistió de blanco y es el máximo goleador de la historia de nuestro club –me reafirmo.
(Mientras digo “nuestro club” pienso si debo incluir en él a señor Mario. Sí, supongo que sí. Intuye que si se declara seguidor de otro equipo, se acabarán los sobres de cromos).
–Venga, compremos un paquete –propongo cuando pasamos por el ultramarinos donde solemos hacer acopio de futbolistas galácticos..
Señor Mario salta de júbilo.
–Oye, papá, ¿por qué no le compras un paquete de cromos a Chico?
–A Chico no le gustan los cromos, cariño.
–Ya. Solo le gusta «La patrulla canina» y «Mickey Mouse». Es un rollo. Si a él le gustaran, podríamos comprarnos todos los días un sobre para cada uno. Así completaríamos antes el álbum.
–Ya. Pero entonces nos gastaríamos el doble. Y no nos sobra el dinero.
–¿Y si te ayudo a ganar dinero? Yo podría escribir cuentos contigo. Ganaríamos mucho dinero y podríamos comprar muchos sobres de cromos.
Señor Mario llama “cuentos” a lo que yo escribo: novelas, diarios, relatos cortos, microrrelatos. Vale, en el fondo, puro cuento.
Estoy por decirle que su padre no gana dinero escribiendo cuentos. Ese es precisamente el problema: los libros no me dan dinero.
Debería haber sido ingeniero, médico, futbolista. Qué digo: debería haber sido fabricante de cromos de fútbol y así poner contra las cuerdas a los sufridos padres, un día tras otro hasta el final del campeonato.
–Chico, ¿quieres que te compre unos cromos de fútbol?
Me mira algo sorprendido y dice:
–Vale.
–¿Ves, papá? Sí que le gustan los cromos.
–Lo dudo.
Compro dos paquetes de cromos y dos barras de pan.
–Vamos, que es tarde.
–Chico, ¿te lo llevo yo? –pregunta su hermano.
–No –dice Chico, defendiendo su tesoro. Y se lo guarda en un bolsillo.
Al llegar a casa, señor Mario le da el parte a su madre. Le cuenta que hoy, por primera vez, le he comprado un sobre de cromos a su hermano.
–Pero si a Chico no le gustan los cromos. Si solo le gusta La patrulla can….
–Sí, lo sé. La patrulla canina y Mickey Mouse. Pero quién sabe: igual le sale Messi –me defiendo–. La ingenuidad es a veces un plus de cara a la fortuna.
–Qué tonto eres. Eres peor que un niño.
Pues sí: somos tres niños en casa. Hay cosas peores.
Después de lavarse las manos, Chico enciende la televisión y Mario se va a su despacho, la mesa de la cocina, donde siempre abre sus paquetes de cromos con precisión de orfebre.
–Verás, verás… –Agita el sobre–. Aquí está Messi.
Y abre el sobrecito. Y como siempre: jugadores que no conozco de nada. Uno de Polonia, otro de Irán, otro de Argentina, otro de Catar…
–¡Y el escudo de la selección francesa! –exclama señor Mario, que, inasequible al desaliento, siempre encuentra el elixir de la vida en cada sobre de cromos, salga quien le salga. Y cuando le sale uno que ya tiene, explica: «¡Qué bien, este ya lo tengo! Así podré cambiarlo en el cole!».
Le doy un beso y me dirijo al baño para darme una ducha. Cuando empiezo a quitarme los zapatos, aparece señor Mario.
–Oye, ¿y el paquete de Chico?
–Pues… no sé. Se lo guardó en su abrigo.
–¿Le decimos que lo abra?
–Venga, pero rápido, que necesito una ducha. Chico, ¿abrimos el paquete de cromos?
–Vale –dice–, sin prestarnos demasiada atención.
Apago la televisión y le doy el paquete de cromos.
–Ábrelo, Chico.
El niño lo coge e intenta abrirlo. Lo hace a duras penas. Aunque ha mejorado su nivel de psicomotricidad fina, aún le cuesta hacer ciertas tareas aparentemente sencillas. Al final, con un poco de ayuda, lo consigue.
Y ahí estamos, en lo de siempre:
–El escudo de Brasil.
–Un jugador de Francia (que no es Mbappe, ya quisiera señor Mario).
–Un jugador de España (Gavi).
–Un jugador de Arabia Saudí.
Y antes de que pueda saber cuál es el último vislumbro, como en una ráfaga, a señor Mario, eufórico, que coge el cromo y se echa a correr por el pasillo.
–¡Messi! ¡Messi! ¡Messi! ¡Messi! ¡Messi! ¡Messi! ¡Messi! ¡Messi!
Su madre entra en escena al escuchar los gritos.
–¿Qué le pasa a este?
–Dice que le ha tocado Messi…
–¡Messi! ¡Messi! ¡Messi! ¡Messi! ¡Messi! ¡Messi! ¡Messi! ¡Messi!
Yo no acabo de creérmelo, parece puro teatro, pero ¿quién sabe?
–A ver, Mario, déjanos verlo.
–¡Es Messi! ¡Es Messi!
Extiendo la mano y el niño pone en ella a Lionel Messi. Es él. El puñetero Messi. Con sus más de 750 goles, ¡26 de ellos al Real Madrid! Sus 4 Champions, sus 10 ligas en España, sus tropecientos balones de oro. Con esa cara de no haber roto nunca un plato…
Señor Mario sigue febril de alegría, festejando que ya tiene a Messi, mientras Chico lo observa contrariado, preguntándose qué le pasará a su hermano.
–Mario, el cromo es de Chico –aviso.
Señor Mario, que no había caído en este detalle, palidece. No obstante, actúa rápidamente, se acerca a Chico y le pregunta con voz melosa:
–Chico, ¿verdad que me lo das?
Chico dice:
–Vale.
Y señor Mario salta de alegría. Mamá Coraje sonríe. Yo me voy por fin a la ducha.
Por la noche, mientras les leo un cuento a espera de que se duerman, señor Mario se acerca a mí me dice al oído:
–¿Y si le compras mañana otro paquete de cromos a Chico? ¡Seguro que le sale El Bicho!
Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de textos
Relato corto de Julio Ramón Ribeyro: Los gallinazos sin plumas

Francisco
Rodríguez Criado
Escritor y corrector de estilo profesional

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