Ramón Gómez de la Serna es uno de los autores más brillantes y originales que dio la literatura española durante el pasado siglo. Tanto es así, que se le ha llegado a llamar el “Oscar Wilde hispano”.
Creador de una y mil greguerías, humorístico y desinhibido, hombre de letras incansable (su bibliografía es de lo más caudalosa), Gómez de la Serna imprimía su sello personal en todo aquello que escribía, tratando de reinventarse una y otra vez.
A modo de ejemplo, os dejamos cinco de sus microrrelatos, género que abordó con tanto talento como entusiasmo. Podemos decir, sin lugar a dudas, que Gómez de la Serna es uno de los pioneros más destacados en este difícil arte de escribir microcuentos.
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El lector de reojo

Al que lee nuestro diario de reojo no le importa que le miremos con estrábica iracundia. No es que seamos egoístas, es que ese segundo lector desconocido retarda nuestra lectura, nos hace tropezar o patinar en lo que vamos leyendo, y como además tiene ideas contrarias a las nuestras, lee de otra manera lo que lee y nos equivoca.
El lector de reojo tenía que sufrir su indigno castigo algún día, y la cosa sucedió en el tranvía 50. Lo llevaba al lado y no lograba despegarlo ni doblando violenta y sorpresivamente mi diario, cuando de pronto se metió con más anhelo en la página, haciendo gestos de estupor.
Leía una necrológica con la media foto de los jubilados, que en comparanza súbita noté que era su retrato. ¡Era su necrológica! ¡Alguna vez tenía que suceder una cosa así para escarmiento de lectores entrometidos!
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El negro condenado a muerte
Aquel negro había tenido la avilantez de amar a una blanca y eso, en la pulcra yanquilandia, no se perdona.
Los jueces, que por algo se lavaban los dientes cuatro veces al día, pronunciaron una terrible sentencia condenatoria. El negro sería ejecutado por tres veces con macabra saña.
La noche de capilla fue aterradora para el pobre hombre empavonado, tan terrible que, cuando le llevaron a matar en la madrugada de ojos pitañosos, se había vuelto blanco.
Así como en la noche de la capilla última ha habido condenados que han encanecido por completo aun habiendo entrado pelijóvenes, el negro se había convertido en blanco.
En vista de eso, los jueces se reunieron en consejo urgente y como, al perder el color, el delito se había convertido en falta, optaron por casar a la pareja de blancos.
El extraño panadero
En París, en el principio de la mañana, cuando los panaderos pasan con sus cestas de pan a la cabeza, cruza entre ellos un extraño panadero, cuya cesta también humea y huele a vida fresca y tiene el tipo de las cestas del pan reciente y temprano. ¿Pero sabéis qué cesta es la que lleva en la cabeza tan temprano ese renegrido panadero? Pues la cesta de la guillotina, con los que acaban de ser descabezados y que van a enterrar al cementerio de los espurios.
La cleptómana de cucharillas
Era poderosa y aristocrática, pero tenía la obsesión de las cucharillas.
Es esa una cleptomanía corriente, sobre todo en los palacios reales, y por eso hubo reyes que cambiaron las de oro por otras de similor, para evitar que se llevasen costoso ”recuerdo de S. M.”.
Poseía cucharillas de los mejores hoteles del mundo, de las casas más nobles —con el escudo en el agarradero–, y hasta algunas arrancadas a las colecciones napoleónicas.
Un día, sin poder resistir mi curiosidad, le pregunté qué se proponía almacenando tantas cucharillas. Entonces la cleptómana me dijo en voz baja:
—Vengarme del mundo… Dejarlo sin una cucharilla… Que muevan el café con tenedor.
El ilusionista
En el despacho de la Dirección del Circo se presentó una tarde un hombre flacucho, con tipo de cesante y de gato disecado.
El director le preguntó que qué hacía. Él dijo que era ilusionista, y que hacía desaparecer los objetos y las personas.
El gordo director, que jugaba con la moneda de un dije, como si con ella en la mano estuviese pensando una jugada sobre el tapete verde, le dijo riendo:
-¿A que no me hace usted desaparecer a mí?
El ilusionista se desabotonó los puños de la americana y de la camisa, sacó el lápiz largo que era su varita mágica y dando un golpecito en la calva al director le hizo desaparecer. Después se quedó pensativo y resolvió no volverle a hacer aparecer.
Desde entonces es el director del circo el ilusionista.
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- Ramón Gómez De La Serna (Autor)
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