En casa, un poco por hacer la gracia, me gusta ponerme a cantar y pedirle a señor Mario que me releve. Escribo “un poco por hacer la gracia” porque canto muy mal, y además me gusta desafinar a propósito (aún más, quiero decir) para que Chico se parta de risa y señor Mario me eche la bronca.
Cuando señor Mario se anima y se pone a cantar la canción que yo estaba “asesinando” momentos antes, lo hace como los ángeles, porque tiene mucho oído, mucha potencia de voz y un timbre precioso. Jamás ha tomado una sola clase de canto, pero estoy convencido de que yo podría estar tres años en clase de canto, cinco días a la semana, y nunca llegaría al nivel que él tiene ahora, a sus siete años.
¿Por qué? Porque lo suyo es un don natural (heredado de su madre) y lo mío sería tan solo un deseo: el deseo de cantar bien o, en su defecto, de no cantar tan mal.
He estado pensando en ello, y creo que el 30 % del éxito en cualquier actividad (no necesariamente artística) se debe al esfuerzo, y el 70 %, al don natural. Puede que estos tantos por ciento no se cumplan siempre, pues entran en una ruleta de variables compensatorias que a la fuerza han de arrojar estadísticas varias. Y, por otra parte, son complementarios: el éxito es una mezcla de virtud natural + esfuerzo. Es decir, si tienes un don natural y no lo trabajas, estarás perdiendo gran parte de tu potencial.
En resumen: Si tienes un don y no lo trabajas, no llegas. Y si trabajas mucho, pero no tienes un don, tampoco.
Sin embargo, no es inusual que nos dediquemos con mucho entusiasmo a tareas para las que no valemos gran cosa, y desestimemos dedicarnos a otras tareas para las que tenemos un potencial muy superior. Por si fuera poco, los libros de autoayuda, tan de moda en los últimos años, nos venden la burra de que “no hay nada imposible”, cuando lo cierto es que en esta vida casi todo es imposible. (Ahí va una obviedad: Si no hubiera nada imposible, no necesitaríamos los libros de autoayuda).
No sabemos si señor Mario será algún día cantante profesional, pero sabemos que a mí no me contratarían (gratis) ni para hacer los coros en una tuna de borrachuzos irredentos.
En fin, podría haber escrito “Zapatero, a tus zapatos” y ahorrarme tanto rollo. ¿Pero qué sería de este mundo si en vez de darle al pico buscando algo de atenta escucha nos limitáramos a enviar grandes mensajes de solo cuatro palabras?
Francisco Rodríguez Criado, escritor y corrector de textos literarios
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