Papá, ¿por qué tú solo sabes escribir?

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Hace no demasiado yo estaba trabajando en el ordenador, cuando señor Mario se acercó para preguntarme:

–Papá, ¿por qué tú solo sabes escribir?

Entendí perfectamente el sentido de ese adverbio “solo” (sin tilde y sin piedad). Lo que me preguntaba era por qué yo no soy como su madre, que toca el piano y la flauta, canta, dibuja y escribe poemas a la luz de la luna, por no hablar de que monta en casa belenes y árboles de Navidad muy logrados.

Estuve tentado de decirle a señor Mario que era injusto conmigo, pues, además de escribir, hago otras muchas cosas. Por ejemplo: saco la basura, paseo a la perra, lavo el coche, llevo a su hermano y a él al colegio y a las actividades extraescolares, pago facturas, solvento sus dudas sobre fútbol, repaso con él la conjugación del verbo “to be” y la tabla del siete. Y podría recordarle que me harté de darle el biberón antes de que tuviera la facultad de hacer preguntas incómodas. Todas esas cosas hago, aunque él no lo tenga en cuenta.

Podría decirle también que el arte no lo es todo y que, de hecho, el arte es casi siempre un parche, una suerte de salvación para quienes lo practican. Y muchas veces ni siquiera te salva.

Ahí está Guy de Maupassant, que acabó en un manicomio.

O Jimi Hendrix, que acabó muriendo por una sobredosis de heroína.

O Robin Williams, que acabó suicidándose, muy deprimido.

Por no hablar de Vargas Llosa, que acabó con la Preysler.

Estas y otras muchas cosas podría haberle dicho a señor Mario “en legítima defensa”. Pero al final le expliqué:

–En el mundo debe haber de todo, Mario: artistas, claro, pero también gente normal como yo que solo sabe escribir, y algunos ni eso.

Al niño le complació la respuesta, y a mí también.

Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo

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