cuentos norteamericanos

Norteamérica ha sido y es un granero literario de grandes autores de cuentos. ¿Cómo no íbamos a tener en SEÑOR BREVE una sección con algunos de los mejores escritores norteamericanos?
En esta sección de relatos cortos norteamericanos podrás leer grandes historias breves para adultos y para niños, leyendas de indios norteamericanos, relatos cortos de realismo sucio, historias tristes y alegres, fantásticas… pero siempre de gran calidad.
Si te gustan autores como John Cheever, Ernest Hemingway, John Ford, Charles Bukowski, Truman Capote, Eudora Welty, Virginia Wolf, Simone de Beauvoir, Sham Shepard (en la imagen), Patti Smith, etcétera, sé bienvenido: eres uno de los nuestros.
Relato corto del autor norteamericano John O’Hara: El chico del hotel
Mi primer encuentro con Raymond tuvo lugar más o menos una semana después de llegar a aquella ciudad extraña. Bajaba en el ascensor, pensando en el amor y en la muerte, cuando sentí como si me arrancaran las entrañas y la cabina se paró en el piso octavo. El ascensorista abrió la puerta y un niño de unos siete u ocho años apareció en el umbral y dijo:
—Ey, Max, ¿has visto a mi hermano?
Relato de ciencia ficción de Philip K. Dick: Algunas peculiaridades de los ojos
Philip K. Dick (1928-1982) fue uno de los autores norteamericanos del pasado siglo en el ámbito de la ciencia ficción. Ganó numerosos premios literarios (el primero de ellos, el Premio Hugo, por la novela El hombre en el castillo) y escribió novelas y relatos cortos, y muchas de sus narraciones fueron llevadas a la gran pantalla.
Relato corto de John Cheever: La monstruosa radio
La historia nos ofrece la estampa de un matrimonio de clase media, convencional, amantes de la música, que adquiere una radio. Lo que se suponía iba a ser una fuente de placer acaba por convertirse en una ventana abierta a un mundo en descomposición, pese a su apariencia de normalidad. (Ya lo dijo Henry David Thoreau: “La mayoría de los hombres lleva vida de tranquila desesperación).
Relato corto de Amy Hempel: Hoy tendré un día tranquilo
La chica lanzó una mirada venenosa a su hermano y se metió en la boca un puñado de bolitas de pasas recubiertas de chocolate. Los tres estaban dentro del coche en el puente Golden Gate, en medio de un atasco.
Aquella mañana, antes de despertar a sus hijos, el padre había llamado para cancelarles sus clases de música, decidido a disfrutar de aquel día con ellos. Quería saber cómo estaban, nada más. Simplemente eso: cómo estaban. Creía que sus hijos eran tan autosuficientes como esos perros que a veces se ven regresar a casa con la correa en la boca. Pero uno puede interpretarlo mal.