Me sorprende que el autor cubano Virgilio Piñera (1912-1975) siga siendo todavía un desconocido por estas latitudes (me refiero a España, desde donde escribo), incluso por personas que frecuentan –bien como lectores o como cultivadores– géneros como el relato corto y el microrrelato.
Y digo que me sorprende, siendo como es Piñera un escritor tan original y agudo, capaz de guiarnos por propuestas narrativas que no tienen nada que envidiar a otros escritores mucho más consagrados que él.
A modo de prueba, os entrego no un botón sino tres: los microrrelatos “La montaña” e “Insomnio”, y el relato dialogado “Interrogatorio”, que tanto nos recuerda al teatro del absurdo.
Irreverente y proclive al humor negro, además de cuentos y microrrelatos, Virgilio Piñera cultivó géneros como la novela, el teatro y la poesía.
Microrrelato de Virgilio Piñera: La montaña
La montaña tiene mil metros de altura. He decidido comérmela poco a poco. Es una montaña como todas las montañas: vegetación, piedras, tierra, animales y hasta seres humanos que suben y bajan por sus laderas.
Todas las mañanas me echo boca abajo sobre ella y empiezo a masticar lo primero que me sale al paso. Así me estoy varias horas. Vuelvo a casa con el cuerpo molido y con las mandíbulas deshechas. Después de un breve descanso me siento en el portal a mirarla en azulada lejanía.
Si yo dijera estas cosas al vecino de seguro que reiría a carcajadas o me tomaría por loco. Pero yo, que sé lo que me traigo entre manos, veo muy bien que ella pierde redondez y altura. Entonces hablarán de trastornos geológicos.
He ahí mi tragedia: ninguno querrá admitir que he sido yo el devorador de la montaña de mil metros de altura.
Minificción de Virgilio Piñera: El insomnio
El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas. Enciende un cigarrillo. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede dormir. A las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que enseguida tome una taza de tilo y que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre no se duerme. A las seis de la mañana carga un revólver y se levanta la tapa de los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy persistente.
Relato corto de Virgilio Piñera: El interrogatorio
–¿Cómo se llama?
–Porfirio.
¿Quiénes son sus padres?
–Antonio y Margarita.
¿Dónde nació?
–En América.
¿Qué edad tiene?
–Treinta y tres años.
¿Soltero o casado?
–Soltero.
¿Oficio?
–Albañil.
¿Sabe que se le acusa de haber dado muerte a la hija de su patrona?
–Sí, lo sé.
¿Tiene algo más que declarar?
–Que soy inocente.
El juez entonces mira vagamente al acusado y le dice:
–Usted no se llama Porfirio; usted no tiene padres que se llamen Antonio y Margarita; usted no nació en América; usted no tiene treinta y tres años; usted no es soltero; usted no es albañil; usted no ha dado muerte a la hija de su patrona; usted no es inocente.
–¿Qué soy entonces? –exclama el acusado.
Y el juez, que lo sigue mirando vagamente, le responde:
–Un hombre que cree llamarse Porfirio; que sus padres se llaman Antonio y Margarita; que ha nacido en América; que tiene treinta y tres años; que es soltero; que es albañil; que ha dado muerte a la hija de su patrona; que es inocente.
–Pero estoy acusado –objeta el albañil–. Hasta que no se prueben los hechos estaré amenazado de muerte.
–Eso no importa –contesta el juez, siempre con su vaguedad característica–. ¿No es esa misma acusación tan inexistente como todas sus respuestas al interrogatorio? ¿Como el interrogatorio mismo?
–¿Y la sentencia?
–Cuando ella se dicte, habrá desaparecido para usted la última oportunidad de comprenderlo todo –dice el juez; y su voz parece emitida como desde un megáfono.
–¿Estoy, pues, condenado a muerte? –gimotea el albañil–. Juro que soy inocente.
–No; acaba usted de ser absuelto. Pero veo con infinito horror que usted se llama Porfirio; que sus padres son Antonio y Margarita; que nació en América; que tiene treinta y tres años; que es soltero; que es albañil; que está acusado de haber dado muerte a la hija de su patrona; que es inocente; que ha sido absuelto, y que, finalmente, está usted perdido.
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Rogelio Sinán (en PanamáPoesía.com)